A todos los pedagogos, psicólogos, pediatras, etc. les enseñan en las universidades que los niños pequeños no tienen desarrollada la capacidad de discernir, juzgar y pensar. La entidad en el ser humano capaz de aglutinar estas cualidades es el yo. Así, es bien sabido que como el yo está en estos momentos justo germinando, el niñito es incapaz de diferenciar lo externo de lo interno y decidir qué es bueno para él, qué es lo que más le conviene para su crecer.
Parece que este conocimiento del desarrollo infantil se desvanece al traspasar las fronteras de las universidades. Los padres quieren a cualquier precio niños preparados y eso lleva implícito una preparación cuanto antes mejor en las cualidades relacionadas con el pensar. Este impulso generado por la ansiedad de los padres es seguido y movilizado por los profesionales que no queremos descontentarlos. Por último, toma forma en los políticos por su afán de encontrar votantes y por su incapacidad de hacer una lectura real de la situación. Lo que en realidad toma forma es una escuela alejada de las necesidades de los niños. Se deforma.
EL NIÑO, PURAMENTE IMPRESIONABLE
El “yo”, como entidad que aglutina, que me da forma, que me acabará dando una identidad en el mundo, se construye a partir de las impresiones que recibimos del exterior y del discernir que posteriormente hago de esas impresiones. Si concibo que el pequeñín todavía no tiene la capacidad de discernir, es fácil entender que toda su vivencia, de él y de lo que le rodea, se forma a través de sus sentidos. O sea, el niño pequeño es puramente impresionable. Vive en una intensidad, inimaginable para el adulto, de “impresionabilidad”. Todo lo que está creciendo en él crece a través de la impresión que recibe del exterior. Cuando digo “todo” me refiero realmente a todo. Desde su cuerpo físico hasta todo lo relacionado con lo emocional-afectivo y sus pensamientos. Sus órganos físicos se desarrollan en relación a la impresión que viene de afuera, dan forma a su organismo físico.
LO DE FUERA DA FORMA AL OJO
A través de los sentidos captamos lo impresionable de fuera. Pensamos que nuestros sentidos ya están formados y que sea lo que sea que tengan que captar de afuera lo harán sin ningún problema. Tendemos a pensar (muchas veces el problema es que ni siquiera lo pensamos) que nuestros sentidos se adaptarán. Es un gran error entender así el funcionamiento de la percepción. La realidad es que todo lo estimulable afuera forma/da forma a los órganos capaces de percibir. Es decir, no es el ojo que da forma al afuera sino que lo de afuera contiene unas fuerzas lo suficientemente significativas como para dar forma al ojo. Esto requiere por parte del lector un cambio de perspectiva para darse cuenta en su justa medida de la importancia de lo que aquí intento explicar.
Ahora pensemos qué ofrecemos, en su afuera, a los niños. Desde su ropa, a sus juegos, o en sus relaciones. ¿Qué formas les estamos ofreciendo?… La siguiente cuestión es ¿cómo puede estar esto afectando su crecimiento?… La pregunta imprescindible que debe surgir es ¿en qué medida, como adulto, me puedo responsabilizar?
OFRECER FORMAS SUAVES
La última pregunta deberá ser la primera en contestarse. Tengo la responsabilidad de ofrecer formas sanas: sería bueno ofrecer formas suaves, lo más simples posibles, buscando algún tipo de geometría muy sencilla o incluso no ofrecer formas (cuanto más pequeño es el niño más formas suaves y sutiles). Si observamos la evolución de la conciencia del niño veremos que esa conciencia va adquiriendo formas cada vez más concretas, desde el bebé que se mueve en una especie de nebulosa sin forma a, por ejemplo, un chico de catorce años que tiene la necesidad de dar su forma al mundo, una forma propia. Es importante conocer este desarrollo para acompañar el dar forma al mundo desde el principio, desde un sano cuerpo físico, a un sano cuerpo emocional a un sano cuerpo mental.
Estas formas que ofrecemos fuera darán forma al crecimiento del niño y cuanto menos desarrollado esté la facultad del pensar más importante será las formas que le ofrecemos. Ya he explicado antes que si no está la cualidad del discernir, todo nuestro mundo interno y externo lo configuramos a través de nuestros sentidos y que los órganos de esos sentidos se forman a través de las fuerzas formadoras existentes en los estímulos de afuera. Es decir, si ofrezco formas suaves y sencillas al niño, estaré ayudando a la formación sana de los órganos de percepción y como consecuencia estaré ayudando a un sano crecimiento de todos los órganos físicos del cuerpo del niño. Estímulos como dibujos estridentes, llenos de colores llamativos, diseñados para llamar la atención del chiquitín, sitios ruidosos, relaciones llenas de “ruidos” o la tan habitual situación familiar que gira entorno de un televisor, lo único que consiguen es sobre estimular los sentidos y como consecuencia ofrecer una forma estridente que genera la formación “estridente” de los órganos de niño. Porque ya he dicho que la forma afuera da forma adentro y que esto es así cuanto más pequeño es el niño.
ADAPTAR LAS FORMAS AL CRECIMIENTO DEL NIÑO/CHICO
Lo mismo ocurre en su cuerpo emocional o en su cuerpo mental. Lo único que hay que tener en cuenta es que a medida que el chico crece (y que por tanto se forman su cuerpo emocional y mental) las formas necesitan ir concretándose. Así, al acompañar a un chico de seis años deberé tener en cuenta que la imaginación y el juego están aún muy presentes y que por tanto las formas deberán ser sencillas y flexibles. Al acompañar al crecimiento de un adolescente le ayudaré a concretar la forma que le quiere dar al mundo. Son por tanto, las formas del adolescente, formas mucho más definidas.
En resumen, tenemos la responsabilidad de ofrecer formas sanas a nuestros niños. Eso significa que tenemos la obligación de conocer el desarrollo de la conciencia en cuanto a sus formas, de la nebulosa del recién nacido en la que su conciencia se funde con el Todo a las formas concretas del pensar cuando somos adultos. Así, es imprescindible saber que un bebé necesita formas suaves y sencillas para ayudar a formar un cuerpo físico sano, un niño necesita formas simples y flexibles para dar forma a su mundo y su cuerpo emocional y que un adolescente necesita formas concretas para dar forma al mundo propio que se está creando a través de su pensar.
Miguel Ángel Sánchez Muñoz
Psicólogo transpersonal y terapeuta de movimento interior
info@galeriasobrepont.com